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Jesús Ramírez Arias y su hijo Kelvin Samuel. (Foto: Jonior Ramírez)
EL NUEVO DIARIO, PEARSON, GEORGIA.- Cuando Jesús Ramírez Arias llegó a este pequeño pueblo agrícola del sur de Georgia, Estados Unidos, apenas cargaba con una maleta, su Biblia y una misión: pastorear una iglesia. Hoy, años después, su nombre es sinónimo de fe, entrega y refugio para decenas de inmigrantes que, en medio del miedo y la incertidumbre, han encontrado en él y su familia un puerto seguro.
Dejar atrás República Dominicana, la tierra que lo vio nacer, no fue fácil. Implicó despedirse de sus hermanos, amigos y de los recuerdos tejidos en cada rincón de su país. Pero el sacrificio, lejos de convertirse en una carga, abrió el camino para una obra que sobrepasa los muros de un templo.

Una familia pionera
Los Ramírez-López no solo llegaron a pastorear una iglesia, sino que también se convirtieron en la primera familia dominicana en establecerse en Pearson. Aquella condición de pioneros trajo consigo más retos de los imaginados: diferencias culturales, barreras idiomáticas y el duro proceso de adaptación a una sociedad profundamente distinta a la caribeña.
Sus hijos —Keren, Kelvin Samuel y Keyla— fueron los primeros estudiantes dominicanos en asistir a la escuela de la comunidad, marcando un precedente que luego sería seguido por otras familias de su misma nacionalidad. Aquellos primeros días estuvieron llenos de incomprensiones y dificultades, pero también de aprendizajes que forjaron en ellos carácter y resiliencia.

Una iglesia que es refugio
En Pearson, donde las granjas y campos de trabajo son escenario diario del esfuerzo de miles de inmigrantes, la iglesia que dirige junto a su esposa, la pastora Salustina López, se ha transformado en algo más que un lugar de culto: es un centro de apoyo integral.
Allí, familias enteras que llegaron con hambre y miedo encuentran comida, palabras de aliento y, sobre todo, acompañamiento humano. Además de los sermones, se ofrecen programas de asistencia alimentaria, atención psicológica y orientación legal.

“Muchos llegan con heridas profundas, no solo en el cuerpo por los viajes difíciles que han tenido que hacer, sino también en el alma, cargados de traumas, pérdidas y desesperanza”, expresa Ramírez.
La fe como sostén en medio del dolor
El trabajo no es fácil. La comunidad vive bajo el acecho constante de las restricciones migratorias, endurecidas durante la administración Trump, y del temor a ser separados de sus seres queridos. Sin embargo, la labor de esta familia dominicana se levanta como un faro en la tormenta.

Su compañera inseparable, la pastora Salustina López, se ha convertido en el corazón organizativo del ministerio. Con firmeza y dulzura, coordina las ayudas, escucha los desahogos y sostiene a mujeres y niños que llegan golpeados por la dureza del camino.
Sus hijos también se han sumado a esta misión, demostrando que el servicio no se enseña solo con palabras, sino con el ejemplo. La familia entera comparte la carga y las bendiciones de acompañar a quienes buscan un futuro mejor en tierra extranjera.

Más que un ministerio, una familia extendida
En Pearson, los inmigrantes ya no ven en los Ramírez-López únicamente a pastores, sino a una familia que camina con ellos, que llora sus pérdidas y celebra sus victorias. Un niño que recibe alimento, una madre que logra superar una depresión, un padre que encuentra consejo para no rendirse: cada historia de resiliencia se ha convertido en parte del testimonio de este ministerio.

La historia de Jesús Ramírez Arias y su familia muestra que la fe no es un discurso, sino un acto de amor constante. Un amor que no entiende de papeles migratorios ni de fronteras, y que en medio de tantas vicisitudes sigue sembrando esperanza en el corazón de quienes más lo necesitan.
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